No nos fijaremos en el banquete organizado por el poeta Agatón para celebrar sus victorias en las fiestas Leneas. Y no nos centremos en los posteriores elogios a Eros, por mucho que Fedro lo tenga en su mente. No, no limitemos el tema de hoy a después de los postres.
Pensemos sólo en el ágape, que no agapé (del que otro día hablaremos).
Empecemos ya la fiesta, la celebración, la semana ígnea donde dentro de siete días quizás me queme. Ya queda menos. Dejad que la gula nos invada, nos corroa el alma. Olvidad dietas y sermones, adelgazamientos y cualquier otra flaqueza. Hoy, por un día, pensemos sólo en comer.
Y digo yo, ¿dónde os planteo el juego?
Bien, establezcamos jornadas interminables donde cada uno de vosotros será el anfitrión, y como tal y único deber será agasajar al resto con comida. Pensad que tenéis despensas llenas, neveras hasta arriba, y vuestro único requerimiento es hacer, lo que deseéis hacer, sólo con vuestras manos.
Empezaré yo, antes que alguien me pida que me moje.
¡Qué me perdone doña Cuaresma!
Sólo habrá brasas, carne y buen vino. Ensaladas de piquillos, cangrejos de río en salsa, alguna seta a la plancha, mientras, se hace lo único. Ya se quema el sarmiento, las piñas, y alguna que otra madera, ya se forman las ascuas… y encima, careta de cerdo, costillas, chuletas, morcilla, chorizo y panceta. En el medio algo de verde, lechuga y cebolla y algún tomate para dar color. Y mientras, qué va a ser sino… Ribera.
Bien, este será mi ágape para vosotros, ¿os atrevéis a narrar el vuestro?
Ahora, os dejo con unos versos de protesta femenina ante la pretensión que navega en la incomprensión masculina, y donde, por cierto, se habla de un banquete,
Pensemos sólo en el ágape, que no agapé (del que otro día hablaremos).
Empecemos ya la fiesta, la celebración, la semana ígnea donde dentro de siete días quizás me queme. Ya queda menos. Dejad que la gula nos invada, nos corroa el alma. Olvidad dietas y sermones, adelgazamientos y cualquier otra flaqueza. Hoy, por un día, pensemos sólo en comer.
Y digo yo, ¿dónde os planteo el juego?
Bien, establezcamos jornadas interminables donde cada uno de vosotros será el anfitrión, y como tal y único deber será agasajar al resto con comida. Pensad que tenéis despensas llenas, neveras hasta arriba, y vuestro único requerimiento es hacer, lo que deseéis hacer, sólo con vuestras manos.
Empezaré yo, antes que alguien me pida que me moje.
¡Qué me perdone doña Cuaresma!
Sólo habrá brasas, carne y buen vino. Ensaladas de piquillos, cangrejos de río en salsa, alguna seta a la plancha, mientras, se hace lo único. Ya se quema el sarmiento, las piñas, y alguna que otra madera, ya se forman las ascuas… y encima, careta de cerdo, costillas, chuletas, morcilla, chorizo y panceta. En el medio algo de verde, lechuga y cebolla y algún tomate para dar color. Y mientras, qué va a ser sino… Ribera.
Bien, este será mi ágape para vosotros, ¿os atrevéis a narrar el vuestro?
Ahora, os dejo con unos versos de protesta femenina ante la pretensión que navega en la incomprensión masculina, y donde, por cierto, se habla de un banquete,
“Tú me quieres blanca” Alfonsina Storni (1892-1938)
Tú me quieres alba,
me quieres de espumas,
me quieres de nácar,
que sea azucena
sobre todas, casta.
De perfume tenue,
corola cerrada.
Ni un rayo de luna
filtrado me haya.
Ni una margarita
se diga mi hermana.
Tú me quieres nívea,
tú me quieres blanca,
tú me quieres alba.
Tú que hubiste todas
las copas a mano,
de frutos y mieles
los labios morados.
Tú que en el banquete
cubierto de pámpanos
dejaste las carnes
festejando a Baco.
Tú que en los jardines
negros del Engaño
vestido de rojo
corriste al Estrago.
Tú que el esqueleto
conservas intacto
no sé todavía
por cuáles milagros,
me pretendes blanca
(Dios te lo perdone),
me pretendes casta
(Dios te lo perdone),
¡me pretendes alba!
Huye hacia los bosques,
vete a la montaña;
límpiate la boca;
vive en las cabañas;
toca con las manos
la tierra mojada;
alimenta el cuerpo
con raíz amarga;
bebe de las rocas;
duerme sobre escarcha;
renueva tejidos
con salitre y agua;
habla con los pájaros
y lévate al alba.
Y cuando las carnes
te sean tornadas,
y cuando hayas puesto
en ellas el alma
que por las alcobas
se quedó enredada,
entonces, buen hombre,
preténdeme blanca,
preténdeme nívea,
preténdeme casta.