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domingo, 1 de febrero de 2009

CARTA VI...





Estimado Odiseo,

Ya sigo perdido de nuevo en extrañas tierras con extrañas vidas de las que no sabemos qué acontece.

No sé si será como aquel sueño donde Atenea visitó a la princesa Nausicaa, hija de Alcínoo, rey de Esqueria, recordándola la edad casadera que tenía para ser una mujer y hacer lo que toda mujer en una edad determinada tiene que hacerse.

Y digo yo, quién es Atenea, ni alguien, que sea capaz de decir al vecino la edad de crecer, de comer, o de casarse. ¿Acaso hay un guión escrito dónde nos hagan leer nuestras vidas?

Me río yo de semejantes redactores de vidas, que no son suyas.

¿No será que las suyas están destruidas y quieren hacer caer al resto en semejantes males?

No, no le digáis a nadie qué ha de hacer con sus vidas, al menos, dejadles solos en esos menesteres, que el viaje ha de ser largo, y las etapas, no son de nadie.

Dejad que despierte Nausicaa y le pida a su padre un carro con mulas para ir a lavar al río y vosotros, no le digáis a nadie su camino, ni cuando comer, ni beber, ni siquiera cuando casarse, ni menos, engendrar hijos.

NADIE.


Gracias Alena, por leer a Diógenes y hablar de él en el último número, el 45, Enero 2009, de la revista Alenarte


domingo, 4 de enero de 2009

CARTA V

Estimado Odiseo,

Tengo ya puesto un pie en esta solitaria orilla…

Y después de soñar los ritos extraños de campanas huecas y frutos de viña, me encuentro solo, esperando el mañana y el después.

Y noto el miedo a lo desconocido a mi alrededor. Porque no son tiempos buenos.

Encontré a un viejo que caminaba hacia la lejanía. Mas, al preguntarle su destino me dijo que era el pasado. Me invitó a pedir a lejanos reyes mi futuro. Y yo quise creer.

El anciano había envejecido con el año y me dijo, que el futuro era incierto, para todos.

La congoja me llevó al error, al de siempre, al no sentir el presente sino imaginar el mañana, tan lejano, tan inquieto, tan impredecible.

El viejo me avisó del nuevo año, y me contó extrañas palabras donde la inquietud estaba presente. Me dijo que los nuevos tiempos ya no hacían soñar, y que el miedo de los habitantes cercanos le hacían rezar a lo desconocido por miedo. Miedo, a seguir viviendo.

Extrañas mantícoras carmesíes que nos deniegan el paso a la felicidad.

Pero, ¿podemos hacer nosotros algo?

Muchas veces las respuestas se encuentran en la sonrisa de los niños y en sus palabras.

NADIE.