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miércoles, 3 de septiembre de 2008

CARTA II




Estimado Diógenes,

Aún me retenía en la isla de la ninfa de las lindas trenzas cuando Hermes entró en la cueva para hablar con la bella Calipso.

Ella no quería dejarme ir y me llegó incluso a prometer la inmortalidad.

La inmortalidad, qué palabra tan recia. Parece que ella misma, por su longitud, ya quiere huir de la muerte.

Hace dos días, yacía yo entre sueños. Lleno el estomago me había dejado caer entre sueños y entre sueños oí su dulce voz. Esta vez no era tan dulce, sino apagada. Me pareció extraño el mensaje, necesité oírlo una vez más, y mi única respuesta fue… voy.

Los amigos son pocos en la vida. Muchos se ponen este nombre ellos mismos, se golpean el pecho y te lo dicen como si de orgullo se tratara. Otras veces, crees tú haberlos encontrado. Pero, en el fondo, amigos, amigos, hay pocos. Tan pocos, que me bastaría contarlos con los dedos de una mano y aún así, me sobraría algún dedo.

Había muerto su padre. Enfermo, sí, como todos lo estamos. Unos más, otros menos, pero en este caso con una de esas enfermedades que el simple nombre te ata de por vida. No, no lo esperaban. Mi amigo descansaba del trabajo, su hermana permanecía ajena al destino, su hermano se había despedido de él por la mañana, y su madre, en unos minutos vio como la respiración se le hacía extraña. Murió de repente, sin nadie quererlo, sin nadie esperarlo.

Estos dos días he estado junto a él. Conozco a mi amigo desde que teníamos cuatro años y creo que entre nosotros siempre ha estado todo dicho. Le he acompañado en silencio cuando ha hecho falta, le he dejado solo cuando pensaba que quería estarlo, le he abrazado, y hemos surcado esas horribles horas donde el tiempo se para y la realidad es ajena para todos hasta que se rompe con la visión de un ataúd.

Ayer, a primera hora de la tarde, navegamos por un sitio extraño. Calles de árboles que dibujan parcelas donde miles de tumbas se acompañan. Qué insólito paisaje.

Mis acompañantes veían muerte por todos los rincones. Yo veía miles de vidas. Vidas que fueron y ya no son. Vidas como las nuestras. Con sus ilusiones, sus sueños, sus pasiones, sus deseos, sus amores… Vidas que se resumían en dos fechas anónimas. Un nacimiento y una muerte.

Tierra, mármol, palas, cuerdas, un sol ciego, sombras de otras cruces… sollozos.

Calipso me promete la inmortalidad si me quedo con ella. Inmortal significa soledad. De que me vale ser inmortal si nadie a mi alrededor se queda.

Le haré caso a Hermes y construiré esa balsa. Me despediré de la ninfa

Y seguiré navegando…

Tú amigo,

NADIE.


http://es.youtube.com/watch?v=fepL7ez06ew

4 comentarios:

Yolanda Sánchez Yagüe dijo...

¡Quieto parado! No es menester que te pongas ahora a construir una balsa... ya te presto yo una barquichuela que tengo... faltaría más.
http://www.artrenewal.org/asp/database/image.asp?id=770


La remera no va incluída en la oferta, que es dama veleidosa y a lo peor te lleva en dirección contraria ;)

Que tengas un buen viaje y arribes sano y salvo a la playa que añora tu alma.

http://es.youtube.com/watch?v=fepL7ez06ew

Odiseo de Saturnalia dijo...

Con permiso de Yolanda, pondré música a esta carta... un beso de muchas gracias...

Ésto... ¿has dicho remera, no?

Yolanda Sánchez Yagüe dijo...

Bueno... lo de remera es un decir, que no hay na más que ver a la doncella lo pálida y flacucha que está... como para ponerse a remar.

Tendrías que remar tú todo el tiempo y seguro que encima protestaba porque la salpicabas :))))

Siempre pensé que la damisela del cuadro estaba así de pálida y ojerosa porque estaba fatalmente enamorada. Pero empiezo a sospechar que solo se trata de un vulgar mareo.

Siento ser tan prosaica, pero es lo que hay :))))

Ino dijo...

Querida Yolanda cómo no va a estar la dama tan pálida si estaba enamorada perdidamente de Lancelot (Lanzarote in spanich), la pobre miraba encerrada en su torre a través de un espejo. Normal que esté un poco pálida ya que no le daba el Sol.
¡Ahhh! Estos amores....

Diógenes; yo, cuando llege Caronte, tengo muy claro que no le escatimaré las dos monedas para que me pase a la otra orilla. La inmortalidad que se queden los dioses con ella...

Me sentiría un extraño siendo inmortal. Me debo a mí mundo, a mí gente, a mis apegos y cosas, enfin me debo a la actualidad y no a la inmortalidad. Ese para siempre, no sé...

Besos.