"Escultura de Igor Mitoraj. Fotografía de Gisleno Fernández
¿Tenemos derecho a poseer algo para siempre? ¿Y si ese algo, es una persona?
La posesión empezaba y terminaba donde él deseaba. El déspota de la vida anulaba el resto de las vidas. Nada existía más que él.
El derecho era algo imposible. Era Dios de la clemencia, del don del perdón y del castigo, de la potestad de la carne y del alma. Nada. Nada existía más que en su balance. Y ese amor del que hablaba, ahí estaba siempre. Inmovilizado de por vida, amortizado como él quisiera, sin que ella pudiera hacer nada.
Una vez le dijo que la amaba. Y eso bastó. Fue lo necesario. Ya no hizo falta más, para que el pacto perdido por ella, en un instante, la encadenara de por vida.
Quiero comer, la decía. Quiero que limpies, la ordenaba. Quiero tu cuerpo, reclamaba. Y mientras, el tiempo pasaba, y todo alrededor de la escena era inmune a lo que ocurría. Y nadie se daba cuenta, nadie pensaba, todo lo contrario, la visión era tranquila, sosegada, sin cambios en el rumbo. Y todos miraban, y a la vez exclamaban adorando la tutela, las buenas formas, lo que se veía desde fuera: ¿Habéis visto que buena pareja?
Dentro era el infierno. No, no el infierno en contra del paraíso. Era más bien el desierto del deseo, donde su alma vagaba, se perdía donde sólo él gobernaba.
Aquel triste viaje al vacío, terminó de repente.
Yacía muerta. Tranquila. Callada. Por fin libre del tirano de su alma.
La posesión empezaba y terminaba donde él deseaba. El déspota de la vida anulaba el resto de las vidas. Nada existía más que él.
El derecho era algo imposible. Era Dios de la clemencia, del don del perdón y del castigo, de la potestad de la carne y del alma. Nada. Nada existía más que en su balance. Y ese amor del que hablaba, ahí estaba siempre. Inmovilizado de por vida, amortizado como él quisiera, sin que ella pudiera hacer nada.
Una vez le dijo que la amaba. Y eso bastó. Fue lo necesario. Ya no hizo falta más, para que el pacto perdido por ella, en un instante, la encadenara de por vida.
Quiero comer, la decía. Quiero que limpies, la ordenaba. Quiero tu cuerpo, reclamaba. Y mientras, el tiempo pasaba, y todo alrededor de la escena era inmune a lo que ocurría. Y nadie se daba cuenta, nadie pensaba, todo lo contrario, la visión era tranquila, sosegada, sin cambios en el rumbo. Y todos miraban, y a la vez exclamaban adorando la tutela, las buenas formas, lo que se veía desde fuera: ¿Habéis visto que buena pareja?
Dentro era el infierno. No, no el infierno en contra del paraíso. Era más bien el desierto del deseo, donde su alma vagaba, se perdía donde sólo él gobernaba.
Aquel triste viaje al vacío, terminó de repente.
Yacía muerta. Tranquila. Callada. Por fin libre del tirano de su alma.
Mía: así te llamas.
¿Qué más armonía?
Mía: la luz del día;
Mía: rosas, llamas.
¡Qué aromas derramas
en el alma mía
si sé que me amas,
oh Mía!, ¡oh Mía!
Tu sexo fundiste
con mi sexo fuerte,
fundiendo dos bronces.
Yo, triste; tú triste...
¿No has de ser, entonces,
Mía hasta la muerte?
Rubén Darío
Rubén Darío
7 comentarios:
Por cierto, sí, laista...
Es que soy de Madrid.. y además... puede que sean nervios.
Besos y abrazos.
La violencia de genero es algo comun a todos los paises en que he vivido. Lo extraordinario de España es que se habla publicamente del asunto, primer paso vital para empezar a buscar soluciones. Hay pocos paises que pueden decir lo mismo.
Personalmente, opino que unos de los problemas fundamentales reside en la institutionalizacion de la justicia. Por ejemplo, el ex-marido de mi pareja empezo a pegarla despues de insultarla. Cuando se entero su hermano, tuvo una pequeña charla de estas "fraternales". Ofendido, el marido denuncio su cuñado a la policia. Los agentes de policia se desplazaron a la vivienda familiar por tomar declaracion y decidieron que como se trataba de un asunto "familiar" solo iban a dar una advertencia oral al cuñado. En este caso la policia respaldo la justicia directa para evitar la (in)justicia institucional (advertencia para el marido, carcel para el cuñado por asalto premeditado). El marido no volvio a pegar a mi pareja, no porque se arrepentio sino porque temia las consecuencias de sus actos.
Entiendo que mi postura no resultara muy agradable o acceptable para todos pero en muchos casos la justicia no tiene los medios para controlar los comportamientos violentos de algunos. Los vecinos, la familia o los amigos si que tienen los medios pero el Estado ha monopolizado la violencia judicial y no permite competencia.
Snowhite
Salud, la compañía.
A mi ver, es sencillo: quien reparte lo hace casi siempre a sabiendas de que no le va a caer una somanta. Repartir gratis puede hacer cierta gracia; repartir y recibir por igual no tiene ni por asomo la misma gracia. Hay excepciones, sin duda, gente a quien no le importa que le partan la cara, pero son una inmensa minoría que ni siquiera saldría en los periódicos. Casi nadie molesta a sus [insértese aquí el signo de mayor o igual que]. Eso da cierto sentido, bastante a mi ver, a los arreglos caseros como los que menciona snowhite.
A mi lado vive una señora que se la pasa TODO el día agrediendo psíquicamente a sus dos hijos. No hay día que no grite como descosida y los maltrate con palabras muy fuertes. No creo que algo así forme parte de una educación normal y equilibrada, pero seguro que los niños están viviendo precisamente como si eso fuera normal, así que en su futuro tendrán un hándicap: tendrán que ser capaces de comprender que lo suyo no era normal; y además de comprenderlo, superarlo, y eso es algo que no está al alcance de todo el mundo.
Hay dos razones por las que una persona es capaz de controlar sus impulsos agresivos. Una razón es porque quiere y le gusta comportarse así y la otra razón es por miedo a las consecuencias.
Desgraciadamente, hay que admitir que no todas las personas son capaces o tienen la oportunidad de desarrollar una autoregulación sana. Para esas personas (que representan un porcentaje mínimo de la población), las medidas coercitivas son lo único que funciona.
Efectivamente, suena duro, pero las cosas son así.
Estoy de acuerdo con vosotros y creo también que los arreglos "caseros" son efectivos en muchos casos.
Como mujer que soy, he de decir que a veces me duele la respuesta tan tibia que dan algunos hombres ante esta situación. Necesitamos que los hombres os impliqueis más en este tema, que lo sintais como vuestro y no como un problema de las mujeres.
Vosotros tres sois un claro ejemplo de lo que las mujeres esperamos de los hombres... gracias, muchas gracias.
Suerte mañana, Diógenes. Un abrazo.
V.
Yolanda... gracias por la inclusión entre los tres esperados.
Un beso.
Viktor... muchas gracias. Y si has leido la invitación es porque estás invitado.
Un abrazo.
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